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jueves, 28 de marzo de 2013

HOMBRES SERPIENTE

Llevábamos dos meses infiltrados en el ejército de los Estados Unidos. Hacía un tiempo que circulaban rumores sobre algo extraño que estaba sucediendo en una remota isla de América del Sur y estábamos investigando las pruebas químicas de alto secreto que llevaban a cabo en aquel pedazo de tierra perdido de la mano de dios. Las cabezas pensantes del gobierno habían pedido a los militares que desarrollaran un nuevo y sofisticado tipo de arma biológica.

Con ellos, entre muchos otros investigadores, trabajaba un virólogo chileno, Eduardo Andújar, un tipo solitario y bastante peculiar; alquimista de familia, estudioso de la astronomía, con cierta inclinación por las ciencias ocultas y amante de las teorías científicas más estrambóticas.

Aquella noche habíamos planeado colarnos en su laboratorio en busca de pruebas, formaba parte de la operación para la que nos habían enviado a aquel rincón del mundo, ya que parte del material con que el ejército estaba experimentando había desaparecido misteriosamente en las últimas semanas. Así, cavamos un pequeño túnel y entramos por un lateral del barracón que servía de laboratorio al doctor Andújar. Entre probetas, microscopios, frascos con líquidos de diferente densidad, libros antiguos y numerosas anotaciones, dimos con una peculiar caja metálica con inscripciones en un idioma desconocido. Afortunadamente, aquella especie de cofre estaba abierto y contenía el material que buscábamos.

Estábamos a punto de marcharnos cuando algo siseó a nuestras espaldas, parecía una serpiente... pero, al girarnos, nos encontramos con el siniestro doctor. Aunque una bata blanca cubría su cuerpo, lo cierto es que su cabeza recordaba más bien al de una anaconda. ¡Las leyendas eran ciertas, aquellos seres ofídicos, prodigiosos científicos y adoradores de Yig, existían!

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