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lunes, 11 de abril de 2022

SHOGGOTHS

Nada ni nadie nos había advertido sobre el verdadero peligro que palpitaba en las entrañas de aquella tierra putrefacta. Lo que había empezado como una simple denuncia por la desaparición de algunas cabezas de ganado, estaba convirtiéndose en la peor pesadilla de la policía del Condado de Nantucket, una isla al sur del estado de Massachussets.

Aunque era un territorio tranquilo, las fuerzas de la ley se habían visto desbordadas; la mayoría de ganaderos clamaban justicia contra lo que consideraban un robo masivo de ganado, aunque otros afirmaban que habían visto merodear por la zona manadas de depredadores. De todos modos, ya fueran forajidos o depredadores los que rondaran por allí, el número de reses desaparecidas era demasiado elevado como para que el caso tuviera una explicación lógica y normal. Porque, además, no había rastro alguno de las vacas desaparecidas: ni huesos repelados ni cadáveres pudriéndose… nada, absolutamente nada; por ese motivo nosotros estábamos allí, para tratar de esclarecer el misterio.

Después de varios días de investigación, los posibles indicios apuntaban a una zona próxima a la costa llamada el Acantilado Ululante y lo cierto es que el nombre resultaba de lo más adecuado. Allí, las olas rompían con furia y el viento se colaba a través de grutas, grietas y canales naturales, silbando una infernal y constante melodía ululante que terminaba por sacarte de quicio. Curiosamente, los prados eran verdes, casi vírgenes, quizá porque nadie en su sano juicio osaría llevar a los rebaños a pastar por aquel lugar.

Nos aproximamos a un agujero extraordinario. Su tamaño era considerable, tanto que podríamos haber metido un camión por allí sin problemas. Aunque era de día y el sol brillaba con fuerza, aquella gruta parecía engullir la luz y convertirla en la más oscura de las penumbras. Su negrura sobrecogía, aunque aquello no era lo peor… un eco remoto y primordial se elevaba desde sus profundidades insondables, un extraño sonido que parecía decir “Tekeli-li, tekeli-li, tekeli-li…”.

De pronto, un ligero temblor recorrió el acantilado y nos miramos tan sorprendidos como asustados. ¿Y si el epicentro del temblor procedía de aquel agujero colosal?, ¿y si aquel eco demencial no era producto del viento?, ¿y si la gruta no era solamente fruto de la imparable erosión del viento, sino el infecto cubil de una criatura maligna? No había elección, si el Infierno nos esperaba al final de aquel descenso, entonces, nuestras almas no encontrarían jamás el descanso eterno.


Recuerda que si quieres leer el resto de relatos que voy publicando, puedes hacerlo aquí: Relatos cthuleros

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