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martes, 28 de junio de 2022

HOMBRES DE LAS NIEVES


Nos hallábamos en el Nanda Devi, en la cordillera del Himalaya. La expedición de Judas A. Pennyworth y Bill Seven pretendía coronar su cima, atacándola a través del desfiladero Rishi… 7.816 metros de hielo, roca y nieve. Aunque estábamos en pleno mes de agosto, el día había amanecido bajo una persistente tormenta de aguanieve que, combinada con un cortante viento, impedía ver con claridad. Más allá de los 3 metros era imposible distinguir nada, así que nos tocaría avanzar despacio para no perder las referencias.

El clima había cambiado repentinamente, como si la naturaleza quisiera evitar que la raza humana conquistara otro territorio virgen. La noche había sido tranquila, pero antes de la salida del sol, unas ráfagas de viento ululante habían colmado el sepulcral silencio de aquel colosal macizo. Tal vez fuera el mal de las alturas, pero tenía la sensación de que el viento hablaba en susurros, lanzando advertencias. Y no era el único; los sherpas también estaban visiblemente nerviosos y habían recomendado que diéramos media vuelta, explicando historias sobre los rákshasa, unas criaturas demoníacas mitológicas.

De todos modos, Pennyworth y Seven estaban tan ansiosos por coronar la cima que hicieron caso omiso de las supersticiones locales. Y entonces, mientras estábamos recogiendo las tiendas y el resto de pertrechos, los peores temores se hicieron realidad cuando una sombra blanca pareció moverse en mitad de la tormenta. Entrecerré los ojos para tratar de ver algo y me pareció distinguir tres enormes siluetas de andar simiesco que se estaban aproximando a nuestro campamento. Los sherpas salieron corriendo y por un instante me quedé petrificado ante lo que estaba viendo; ¿hombres prehistóricos que habían sobrevivido a la glaciación?, ¿grandes primates en el Himalaya?... ¿qué diablos eran aquellos seres?

De pronto, un coro de gritos profundos y guturales hendió el aire y se me heló la sangre en las venas. El terror de algo primigenio se apoderó de mí y eché a correr detrás de los sherpas con la mochila a medio cargar, sin mirar atrás, pero presintiendo que aquellas pesadillas blancas como la nieve se acercaban cada vez más… 


Si te quedan ganas de leer más historias puedes ir a: Relatos cthuleros

miércoles, 15 de junio de 2022

WEST LEGENDS vol. 3: SITTING BULL - OLIVIER PERU & LUCA MERLI

TÍTULO: West Legends: Sitting Bull, home of the Braves.
AUTOR: Olivier Peru & Luca Merli
EDITORIAL: Yermo Ediciones
AÑO: 2021
GÉNERO: Cómic

"1870, Black Hills. Tras la firma del tratado de Fort Laramie, ningún hombre blanco tiene derecho a cruzar la frontera del territorio de Black Hills, tierra sagrada para los indios de las llanuras. Pero una horda de asesinos de una brutalidad inaudita penetran en terreno prohibido, en busca de un secreto capaz de destruir las últimas naciones indias... hasta que el jefe sioux Toro Sentado empieza a seguirles el rastro, dispuesto a proteger el secreto de Black Hills".

Tatanka Yotanka, más conocido como Toro Sentado, sin duda alguna uno de los jefes indios más conocidos y una figura casi legendaria, no solamente para los sioux, sino también para muchos de los protagonistas de la sangrienta y vergonzosa historia de la conquista del "salvaje" Oeste por parte de los estadounidenses. Los conflictos territoriales entre los pueblos nativos americanos y los estadounidenses se remontan al siglo XVIII, si bien las batallas más crudas y funestas tuvieron lugar en el siglo XIX, centuria que significaría, a la postre, el fin de la resistencia por parte de las tribus indias. Y, aunque fueron muchas las tribus que plantaron cara y se rebelaron ante el invasor, las más temidas fueron los cheyennes, los comanches, los kiowa, los apaches y los sioux.


Pero vamos a centrarnos en una familia de los sioux, los lakota, un pueblo que vivía a orillas del río Missouri, en Dakota del Sur. Allí iba a nacer, alrededor de 1831, el que primero sería llamado Jumping Badger por sus padres, sería conocido como Slow por sus amigos y, finalmente, pasaría a la historia como Sitting Bull. Educado en la guerra desde muy joven, sus dotes de mando y carisma, además de su espiritualidad y una prodigiosa capacidad para recibir visiones, pronto lo llevaron a ser designado jefe tribal; aún no había cumplido ni los 30 años. Ya bajo su liderazgo y junto a otros importantes cabecillas como Nube RojaCaballo Loco, entre los años 1863 y 1868, los sioux se enfrentarían varias veces contra el ejército estadounidense, llegando a un período de paz precisamente en 1868, tras la firma del Tratado de Fort Laramie.

Y es ese momento histórico hasta el que nos transporta el cómic de Olivier Peru y Luca Merli, con un Toro Sentado ya más maduro, completamente asentando como jefe sioux. El pacto firmado en Fort Laramie concedía un vasto territorio al oeste del río Missouri en el que los colonos no tendrían derecho a entrar, creando una gran reserva india en el suroeste de Dakota del Sur conocida como Black Hills, una tierra que era considerada sagrada por los sioux. Curiosamente, Toro Sentado no iba a asistir a la firma de ese tratado porque desconfiaba tanto del hombre blanco y como de sus principios y así lo hizo saber a su pueblo... el tiempo le daría la razón.

"West Legends: Sitting bull, home of the braves" es un buen cómic para todos aquellos que quieran acercarse a leyenda de Toro Sentado y conocer una parte del episodio de Black Hills que, finalmente, terminaría desembocando en la famosa batalla de Little Big Horn. También resulta un cómic interesante por explicar la verdad, por poner de manifiesto el - en general - dudoso comportamiento del hombre blanco y la cantidad de atrocidades que cometió durante su expansión hacia el oeste, devastando el territorio, aniquilando bisontes, profanando tierra sagrada y masacrando indios. De hecho, en las primeras páginas, con apenas 4-5 ilustraciones, se resume a la perfección esa especie de designio divino que creyeron tener los estadounidenses para expandirse hacia el oeste dejando tras de sí un rastro de sangre: el Sendero de Lágrimas, la revuelta del hambre de Mankato, la creación de las reservas indias y la matanza de Sand Creek.

El guión de Peru sitúa la acción en 1870, cuando una pequeña patrulla del ejército estadounidense penetra en el territorio de Black Hills para llevar a cabo una misión secreta; al parecer alguien ha violado el tratado de Fort Laramie y ha entrado en tierra sagrada con algún oscuro propósito. Irremediablemente, el destino de ese grupo de exploradores va a cruzar sus pasos con el de los bravos guerreros sioux, comandados por Toro Sentado, que también han llegado a las Black Hills para averiguar quién está merodeando por sus tierras.

El encuentro entre ambos grupos será la base desde la que desarrollar una historia que reúne los ingredientes necesarios de todo western que se precie: amplios paisajes, cierta dosis de misterio, aventuras, codicia, un villano (que quizá merecía algo más de desarrollo) y fieros combates. Además, el extraño vínculo que se irá forjando entre Toro Sentado y un hombre blanco - al que llamarán Corazón de Mariposa - servirá para conocer un poco mejor el carácter y la espiritualidad del gran jefe sioux a través de las conversaciones que ambos mantendrán. Al mismo tiempo, podremos comprender mejor las preocupaciones para con su pueblo y la gran amenaza que intuía acerca de la presencia del hombre blanco, no solamente en Black Hills, sino en todos los territorios que un día fueron el hogar ancestral de las diferentes tribus indias.


No es que Olivier Peru haya elaborado un gran guión o que este sea muy original, pero sí es un guión sólido y, además de la épica y un toque de intriga, contiene ese punto de reflexión sobre la avaricia del ser humano y su capacidad innata para destruir el entorno. Además, el trabajo gráfico de Luca Merli, aunque algo irregular en algunos momentos, luce especialmente en la recreación de los paisajes, a la vez que presta mucha atención a los pequeños detalles, con una gama de colores amplia y luminosa que resulta muy sugerente y que facilita la lectura. Y, por descontado, conviene destacar, una vez más, la calidad de las publicaciones de Yermo Ediciones.

En definitiva, "West Legends: Sitting bull, home of the braves" es un cómic que va ganando enteros conforme avanza la historia y que ofrece todo lo que un buen aficionado al western necesita.

"Cuando el último arroyo sea contaminado, el último animal cazado y el último árbol cortado, el hombre blanco comprenderá que el dinero no se come".

VALORACIÓN: 7'5/10

miércoles, 8 de junio de 2022

TSATHOGGUA


Atravesábamos aquella marisma interminable como podíamos, las algas putrefactas se enganchaban a la ropa, desmenuzándose a nuestro paso. El olor pegajoso del agua estancada era penetrante y lo impregnaba todo, por no mencionar a los pesados mosquitos que llevaban un buen rato dándose un banquete con nuestra sangre.

Aquel acuoso infierno estaba situado en los Everglades, cerca de Okeechobee. Habíamos llegado hasta allí debido a la inexplicable aparición de un buen número de reses destripadas y drenadas, como si hubieran sorbido hasta la última gota de sus fluidos corporales.

La población estaba aterrorizada y se encerraba en sus casas, convencida de que una plaga de cocodrilos asesinos era la responsable de aquella carnicería, pero si sabías dónde y a quién preguntar, la explicación resultaba más compleja e inquietante. Los más viejos del lugar contaban cosas extrañas sobre sombras húmedas e informes que recorrían los manglares más oscuros y recónditos, y también mencionaban el incesante croar que resonaba algunas noches, como si toda la zona estuviera infestada de ranas y sapos que compusieran una fétida canción de muerte.

Las linternas apenas daban suficiente luz y el agua parecía negra como la brea, pero estaban allí, delatándose por culpa de un olor aún más corrompido que el de aquella charca del demonio. El enfermizo canto de montones de sapos retumbaba en la noche, anunciando nuestra llegada... sin duda estábamos muy cerca del maldito santuario de aquel batracio primigenio. Varios ojos hambrientos acechaban desde la orilla, ocultos entre los mortecinos nenúfares, pero traíamos plomo y fuego para cenar.


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viernes, 3 de junio de 2022

ZOMBIES


A las afueras de París, en la hermosa localidad de Villenes-sur-Seine, devorada por el paso del tiempo y oculta por la maleza, se erguía la mansión barroca Gassó-Fleury... o lo que quedaba de ella. Construida a finales del siglo XVII, había vivido tiempos de gran esplendor hasta la Révolution de 1789 limpió Francia de privilegios absolutistas y sus propietarios se vieron obligados a abandonar el país cuando el invento del doctor Guillotin empezó a causar auténtico furor.

Villenes-sur-Seine había sido un lugar tranquilo, el típico pueblo dedicado a la agricultura y la ganadería que el río Sena recorría de manera apacible. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la mayoría de habitantes de las desperdigadas granjas con las que habíamos topado por el camino había abandonado el lugar y los pocos lugareños que aún resistían allí, llevaban meses atemorizados y encerrados en sus casas, rezando por una salvación que parecía no llegar.

Una enfermedad desconocida, aseguraban unos; castigo divino, comentaban otros; la maldición de los Gassó-Fleury, decían algunos… fuera lo que fuese, todos coincidían a la hora de afirmar que, a medida que la noche iba oscureciendo el paisaje y sumiendo el pueblo en las sombras, unas deformes criaturas grotescas se lanzaban en busca de carne fresca, bien fuera ganado o desprevenidos humanos.

La Universidad de Miskatonic, siempre al acecho de rarezas y de casos extraordinarios, había decidido que valía la pena indagar un poco el terreno y averiguar qué demonios estaba pasando en Villenes-sur-Seine. Habían encontrado unas cuantas noticias antiguas que mencionaban a los Gassó-Fleury y el nombre de esa familia aparecía vinculado a unas prácticas un tanto inquietantes relacionadas con la vida después de la muerte. Precisamente por eso nos encontrábamos en la desvencijada cocina de la mansión Gassó-Fleury, dispuestos a abrir la trampilla que daba acceso al sótano. Equipados con cascos mineros, el objetivo era descender en busca del nido de aquel horror hambriento: un supuesto laboratorio clandestino.

La trampilla, quejumbrosa por el óxido acumulado en sus bisagras, cedió con esfuerzo y la bocanada de aire corrompido que nos sacudió fue espantosa. Casi como una sustancia pegajosa, el hedor enseguida impregnó el ambiente, haciéndolo denso e irrespirable. Nos atamos unos pañuelos para proteger la nariz y la boca de aquel olor nauseabundo e iluminamos: solamente había tierra y más tierra que parecía hundirse en las profundidades hasta donde alcanzaba el haz de luz, revelando el inicio de una gruta.

Después de afianzar unas cuerdas, descendimos por el hueco de la trampilla. Cabíamos en fila de a dos, así que cargamos las escopetas del 12, nos miramos a los ojos en silencio y asentimos con las cabezas antes de echarnos a andar. Solamente llevábamos recorridos una docena de metros cuando el sonido ininteligible de unas voces nos llegó, una mezcla de gritos delirantes, aullidos famélicos y sollozos plañideros que no auguraban nada bueno… y, de pronto, un rostro cadavérico surgió de la oscuridad con la boca abierta, dispuesto a morder. El fogonazo de la escopeta del 12 de mi camarada iluminó el túnel un instante y colmó el aire con el familiar aroma de la pólvora.

Entonces llegó el silencio, pero duró solo un parpadeo. Una horda de muertos vivientes avanzaba torpemente hacia nosotros, un amasijo de carne podrida a través de la que asomaban huesos y tendones se agolpaba desesperada por alcanzarnos. Abrimos fuego a discreción contra aquel cementerio andante y volaron por los aires pedazos de carne pútrida. Caían como moscas, pero algunos seguían moviéndose a pesar de haberles reventado piernas y brazos.

Recargamos, maldijimos, apretamos los dientes y volvimos a disparar, una y otra vez, una y otra vez… debíamos abrirnos paso como fuera hasta el epicentro de aquella perversión.


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