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martes, 24 de mayo de 2022

GÁRGOLAS

El conde Leonard Bonet nos había mandado a estas inhóspitas tierras de Lastours, cerca de Carcassone. Al parecer, el buen conde no podía alojarse en su castillo porque unas molestas criaturas tenían aterrorizado al servicio y, además, habían desparecido varios carneros y gallinas. Al principio pensaron que eran lobos hambrientos, tal vez incluso águilas, pero también existía otra explicación más pintoresca, una que no versaba sobre criaturas normales y corrientes. Los lugareños decían que el castillo de Lastours era un lugar maldito que, desde el principio de los tiempos, había estado habitado por gárgolas y que esas criaturas eran las culpables de sembrar el pánico y robar el sueño a los aldeanos, además de, por supuesto, ser responsables del robo de animales.

En otros tiempos, imagino, la versión de los aldeanos sería solamente fruto de las supercherías populares, antiguos mitos contados al abrigo de un buen fuego, leyendas de esas que son transmitidas de generación en generación. Tal vez, claro, al fin y al cabo, siempre han existido en el folklore regional numerosas historias sobre criaturas fantásticas y monstruos de la noche. Por eso, por si las moscas, el conde nos había enviado a Lastours para investigar aquel turbio asunto.

El motor de 6 cilindros del Chevrolet Suburban del 37 rugía por la carretera que conducía hasta los dominios del conde Bonet y, después de un buen rato serpenteando por una sinuosa carretera ascendente, la oscura silueta del castillo se recortó en un cielo iluminado por una gran luna, regalándonos una inquietante postal. Observé a mis hombres a través del retrovisor; un par de curtidos mercenarios, un francotirador licenciado y algún que otro bribón ganado para la causa. Todos ellos leales, valientes y con mucha guerra en sus numerosas cicatrices. Luego volví la vista al cielo y las vi, sobrevolando los torreones del castillo como buitres esperando la carroña, siniestras y obscenas…

Dejamos el coche a pocos metros de la entrada principal del viejo castillo. Nada más bajar del vehículo, mientras nuestro francotirador se perdía en la oscura espesura del bosque, desenfundamos las armas, comprobamos los cargadores y quitamos los seguros. Una última sonrisa y algunos guiños fruto de la camaradería de años de batallas, aventuras y alguna que otra juerga. Había llegado la hora y La Parca no era una dama a la que conviniera hacer esperar.

Iniciamos la incursión. Buscamos las sombras que proyectaban los árboles, tratamos de movernos sigilosos, pero esas criaturas habían dominado estas tierras desde hacía siglos y nada escapaba a su aguda visión ancestral. Rodilla al suelo, confiando que el fusil de Solverson pudiera cubrirnos desde la distancia, apuntamos al oscuro cielo a la espera de que aparecieran… y aparecieron. Entonces mis camaradas comenzaron a gritar, a maldecir y a pronunciar palabras que hubieran hecho enrojecer al mismísimo Satanás.

Por un instante, la luz de luna, pálida y fantasmal, las iluminó perfectamente y pude ver cómo algunas de esas horribles criaturas iniciaban un picado hacia nosotros. Brillaban unos ojos perversos, graznaban temiblemente y mostraban sus fauces, desplegando sus alas… Pequeños demonios alados esculpidos en piedra, guardianes de un castillo maldito; íbamos a comprobar enseguida si realmente eran tan duras: ¡Fuego!


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viernes, 13 de mayo de 2022

MOMIAS


Llevábamos varios días trabajando bajo un sol abrasador en el Valle de los Reyes, mezclados entre los integrantes de la expedición anglo-holandesa “Bonnett-Van More”. La excavación, que había zarpado desde Southampton con el cometido de encontrar la tumba de Tutmosis III, parecía haber conseguido su objetivo después de localizar y desenterrar la supuesta entrada principal al templo. El siguiente paso era abrir el sello y revelar los secretos que escondía el interior de la tumba al cabo de dos días, cuando desde El Cairo llegaran algunos de los más destacados profesores y arqueólogos del momento, además del grueso de la prensa internacional para que el descubrimiento fuera noticia en todo el mundo. Nosotros, por supuesto, teníamos otros planes; echaríamos un vistazo aquella misma noche.

A pesar del éxito aparente de la expedición, lo cierto es que varios trabajadores habían muerto en circunstancias extrañas y otros tantos habían desertado, dejando semivacíos los barracones. Las supersticiones y el miedo empezaban a apoderarse del campamento y eran muchos los que hablaban de maldiciones en forma de escorpiones, serpientes y perros de arena que atacaban por la noche... Personalmente, no creía que Anubis estuviera molesto y nos mandara a sus chacales para hostigarnos, pero sí estaba convencido de que unos cuantos habitantes de las arenas estaban protegiendo algo poderoso y maligno escondido en las entrañas de aquella tumba.

Bien entrada la noche, tras evitar a los somnolientos guardias, llegamos a la entrada principal y descendimos por el túnel con unas pocas antorchas. Humedad, telarañas y murciélagos nos dieron la bienvenida. El pasillo descendía más y más, trayendo consigo una corriente de aire que olía a muerte y hacía danzar las llamas de las antorchas. Llegamos al final del pasillo, dando con la cámara mortuoria; una amplia y lujosa estancia con hileras de columnas y varios sarcófagos, uno de ellos más grande y ornamentado que el resto. Todo hubiera sido normal, de no ser porque los sarcófagos estaban abiertos y vacíos...

Nada más poner el pie en las baldosas bañadas en oro de la cámara, un sonido nos hizo alzar la vista: imponente, sobre su sarcófago, la momia de Tutmosis III se erguía y nos señalaba amenazadoramente con el dedo. De pronto, a un grito suyo, cuatro momias ataviadas con armaduras y sus temibles khopesh salieron de las sombras... carne podrida y huesos envueltos en un lino amarillento, muertos más de un milenio antes de Cristo que volvían a la vida y nos daban la bienvenida.


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martes, 3 de mayo de 2022

WRAITH


Aquel camposanto parecía extraído de un cuento gótico de Edgar Allan Poe; la plateada claridad de una luna gibosa surcada por caprichosos jirones de nubes daba pie a un caprichoso y aterrador baile de sombras. Las herrumbrosas cruces retorcidas por el paso del tiempo y la mala hierba que había crecido descontroladamente, abrazando las lápidas de piedra, parecían cobrar vida en aquel claroscuro cambiante. Incluso los querubines y las vírgenes que decoraban los viejos panteones sonreían siniestramente.
 
Y allí estábamos, en el maldito cementerio Swan Point de Providence, formando parte de la redada que había organizado el sheriff Martin Eddy. Al parecer, alguien se había dedicado las últimas semanas a destrozar diversas esculturas del cementerio y arrancar algunas de sus lápidas, perturbando el descanso eterno de los que la vida había devuelto al barro. Jóvenes, decían las buenas gentes de Providence en busca de culpables; “Sí, seguro que son adolescente idiotizados por el alcohol que, en vez de estudiar, prefieren malgastar sus vidas fumando y bebiendo, ¡qué vergüenza!”, respondía el sheriff.
 
A veces, las personas necesitamos señalar al primer pobre desgraciado que se cruza en el camino para que nuestras conciencias se queden tranquilas, para restarle trascendencia al asunto. Claro que, si solamente se tratara de un grupo de gamberros que pasan el rato en un cementerio bebiendo, la Universidad de Miskatonic no nos habría enviado a Providence a husmear un poco en aquellos hechos.
 
Como esperábamos, no encontramos latas de cerveza ni botellas de whisky barato tiradas por ahí. Y, como también esperábamos, tampoco encontramos rastro alguno de palas ni picos. Nada que indicara que un grupo de jóvenes hubiera decidido venir a divertirse profanando tumbas. Es más, apenas había huellas más allá de las que íbamos dejando nosotros y eso también tachaba de nuestra lista de sospechosos habituales a los entrañables gules. No, esto parecía algo más peligroso y, además, bastante enfadado.
 
Disimuladamente, nos separamos del grupo que formaban el sheriff y su comparsa de agentes y voluntarios para internarnos en las zonas más oscuras y recónditas del cementerio de Swan Point. Íbamos en busca del mausoleo que nos había indicado el profesor Henry Armitage en la universidad y que habíamos localizado durante la batida matinal. Un panteón que hallamos tan reventado y maltratado que ya apenas podía leerse a qué familia pertenecía, aunque todavía era posible intuir el célebre apellido Lovecraft grabado en la fría piedra.
 
La pesada puerta de metálica había sido arrancada como si fuera de madera podrida y en algunas zonas del dintel podían apreciarse unos arañazos capaces de cortar la dura piel de un rinoceronte. Y es que los espectros como el wraith poseen una manera bastante curiosa de marcar su territorio y firmar sus destrozos…
 
La noche sería muy larga, solamente esperaba que todos los que nos íbamos a adentrar en el lóbrego panteón de la familia Lovecraft, consiguiéramos volver a ver la luz del día. Nunca me gustaron los fantasmas y no es cosa de risa enfrentarse a un wraith cabreado.


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