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martes, 3 de mayo de 2022

WRAITH


Aquel camposanto parecía extraído de un cuento gótico de Edgar Allan Poe; la plateada claridad de una luna gibosa surcada por caprichosos jirones de nubes daba pie a un caprichoso y aterrador baile de sombras. Las herrumbrosas cruces retorcidas por el paso del tiempo y la mala hierba que había crecido descontroladamente, abrazando las lápidas de piedra, parecían cobrar vida en aquel claroscuro cambiante. Incluso los querubines y las vírgenes que decoraban los viejos panteones sonreían siniestramente.
 
Y allí estábamos, en el maldito cementerio Swan Point de Providence, formando parte de la redada que había organizado el sheriff Martin Eddy. Al parecer, alguien se había dedicado las últimas semanas a destrozar diversas esculturas del cementerio y arrancar algunas de sus lápidas, perturbando el descanso eterno de los que la vida había devuelto al barro. Jóvenes, decían las buenas gentes de Providence en busca de culpables; “Sí, seguro que son adolescente idiotizados por el alcohol que, en vez de estudiar, prefieren malgastar sus vidas fumando y bebiendo, ¡qué vergüenza!”, respondía el sheriff.
 
A veces, las personas necesitamos señalar al primer pobre desgraciado que se cruza en el camino para que nuestras conciencias se queden tranquilas, para restarle trascendencia al asunto. Claro que, si solamente se tratara de un grupo de gamberros que pasan el rato en un cementerio bebiendo, la Universidad de Miskatonic no nos habría enviado a Providence a husmear un poco en aquellos hechos.
 
Como esperábamos, no encontramos latas de cerveza ni botellas de whisky barato tiradas por ahí. Y, como también esperábamos, tampoco encontramos rastro alguno de palas ni picos. Nada que indicara que un grupo de jóvenes hubiera decidido venir a divertirse profanando tumbas. Es más, apenas había huellas más allá de las que íbamos dejando nosotros y eso también tachaba de nuestra lista de sospechosos habituales a los entrañables gules. No, esto parecía algo más peligroso y, además, bastante enfadado.
 
Disimuladamente, nos separamos del grupo que formaban el sheriff y su comparsa de agentes y voluntarios para internarnos en las zonas más oscuras y recónditas del cementerio de Swan Point. Íbamos en busca del mausoleo que nos había indicado el profesor Henry Armitage en la universidad y que habíamos localizado durante la batida matinal. Un panteón que hallamos tan reventado y maltratado que ya apenas podía leerse a qué familia pertenecía, aunque todavía era posible intuir el célebre apellido Lovecraft grabado en la fría piedra.
 
La pesada puerta de metálica había sido arrancada como si fuera de madera podrida y en algunas zonas del dintel podían apreciarse unos arañazos capaces de cortar la dura piel de un rinoceronte. Y es que los espectros como el wraith poseen una manera bastante curiosa de marcar su territorio y firmar sus destrozos…
 
La noche sería muy larga, solamente esperaba que todos los que nos íbamos a adentrar en el lóbrego panteón de la familia Lovecraft, consiguiéramos volver a ver la luz del día. Nunca me gustaron los fantasmas y no es cosa de risa enfrentarse a un wraith cabreado.


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