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martes, 6 de junio de 2023

SERVIDOR DE OTROS DIOSES


Tenía la obsesiva sensación de que la interminable gruta que recorríamos se iba estrechando a cada paso que dábamos. Llevábamos una eternidad descendiendo, cada vez más y más profundo, como queriendo alcanzar el centro de la Tierra. El ambiente era sofocante, nada recomendable para alguien que padeciera de claustrofobia, y la humedad lo invadía absolutamente todo; el sudor resbalaba por mi nariz, dejando caer gotas sobre el cañón de la escopeta del 12.

Caminábamos alerta y en silencio, escuchando solamente el sonido de las pisadas de nuestras botas sobre un suelo cubierto de arena y desgastadas piedras. De vez en cuando deteníamos nuestro avance para tratar de encontrar algún rastro o escuchar algún sonido, pero yo solamente era capaz de oír mi propia respiración y de notar que el corazón estaba haciendo todo lo posible por reventar mi pecho y salir huyendo.

Por fin, después de muchos metros recorridos por las entrañas de aquella caverna atemporal, divisamos un fulgor titilante a lo lejos. A la señal del capitán Lancaster, nos movimos con todo el sigilo que pudimos reunir y nos acercamos a lo que parecía ser el final del túnel, comprobando que aquel resplandor iba ganando intensidad conforme avanzábamos. Probablemente la luz procedería de alguna hoguera o de antorchas clavadas en las toscas paredes de piedra, pero, a medida que nos aproximábamos, algo más se sumó a la creciente claridad y empezamos a percibir una especie de música siniestra. Sí, por encima del denso silencio podía escucharse claramente una enfermiza melodía que parecía emitir una flauta demoníaca.

Avanzamos despacio y sin hacer ruido hasta la abertura, sin duda estábamos llegando a nuestro destino, pero ninguno de nosotros estaba preparado para encontrarse con lo que aguardaba al otro lado.

Lo que vimos fue horroroso, pero entonces recordé que no era la primera vez que presenciaba cómo algunos hombres y mujeres se dejaban arrastrar por la locura hasta límites insospechados: unas cincuenta personas danzaban semidesnudas de manera grotesca, como poseídas, aullando alrededor de una gran hoguera que chisporroteaba con un color verduzco del todo innatural. Y justo en el corazón de aquel extraño fuego se erigía en un altar descomunal de piedra oscurecida por el humo de incontables ceremonias, aunque, lo peor de todo estaba situado sobre él…

Un grupo de niños asustados, colocados deliberadamente en círculo, yacía encima del altar con ojos llorosos y en el centro de aquel círculo macabro se contorsionaba una extraña criatura achaparrada que tocaba la flauta de un modo repugnante… era unos de los servidores de Azathoth, el Sultán del Caos. Aquel ser amorfo y tentacular era el compositor y artífice de la abominable sinfonía que estaba llegando a su éxtasis, mezclándose con los llantos de las criaturas y los enloquecidos coros de los adoradores.

Era ahora o nunca.


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