Nos hallábamos en el Nanda Devi, en la cordillera del Himalaya. La expedición de Judas A. Pennyworth y Bill Seven pretendía coronar su cima, atacándola a través del desfiladero Rishi… 7.816 metros de hielo, roca y nieve. Aunque estábamos en pleno mes de agosto, el día había amanecido bajo una persistente tormenta de aguanieve que, combinada con un cortante viento, impedía ver con claridad. Más allá de los 3 metros era imposible distinguir nada, así que nos tocaría avanzar despacio para no perder las referencias.
El clima había cambiado repentinamente, como si la naturaleza quisiera evitar que la raza humana conquistara otro territorio virgen. La noche había sido tranquila, pero antes de la salida del sol, unas ráfagas de viento ululante habían colmado el sepulcral silencio de aquel colosal macizo. Tal vez fuera el mal de las alturas, pero tenía la sensación de que el viento hablaba en susurros, lanzando advertencias. Y no era el único; los sherpas también estaban visiblemente nerviosos y habían recomendado que diéramos media vuelta, explicando historias sobre los rákshasa, unas criaturas demoníacas mitológicas.
De todos modos, Pennyworth y Seven estaban tan ansiosos por coronar la cima que hicieron caso omiso de las supersticiones locales. Y entonces, mientras estábamos recogiendo las tiendas y el resto de pertrechos, los peores temores se hicieron realidad cuando una sombra blanca pareció moverse en mitad de la tormenta. Entrecerré los ojos para tratar de ver algo y me pareció distinguir tres enormes siluetas de andar simiesco que se estaban aproximando a nuestro campamento. Los sherpas salieron corriendo y por un instante me quedé petrificado ante lo que estaba viendo; ¿hombres prehistóricos que habían sobrevivido a la glaciación?, ¿grandes primates en el Himalaya?... ¿qué diablos eran aquellos seres?
De pronto, un coro de gritos profundos y guturales hendió el aire y se me heló la sangre en las venas. El terror de algo primigenio se apoderó de mí y eché a correr detrás de los sherpas con la mochila a medio cargar, sin mirar atrás, pero presintiendo que aquellas pesadillas blancas como la nieve se acercaban cada vez más…
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