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miércoles, 13 de marzo de 2013

HABITANTES DE LAS ARENAS

Recuerdo que estaba siendo una jornada muy calurosa, aquel desierto parecía la antesala del mismísimo Infierno. Llevábamos horas bajo un sol abrasador en busca de la mitológica y desaparecida Irem, la Ciudad de los Pilares, sí, la maldita ciudad que siglos atrás había visitado Abdul Alhazred, el poeta loco.

Aquel remoto rincón de Arabia se había convertido en un mar interminable de arena y habían transcurrido ya muchos días desde que dejáramos atrás el último oasis. A parte de los miembros de la expedición y de los camellos, no había rastro de vida, incluso los escorpiones habían decidido abandonar aquellas dunas… pero las antiguas leyendas contaban que en ellas habitaban seres extraños.

La noche se presentó agradablemente fresca, así que decidimos acampar y aprovechar para descansar unas horas en el interior de las jaimas. A pesar de la soledad que irradiaba aquel interminable desierto, pensamos que no estaría de más montar guardias por turnos.

Después de una cena frugal a base de dátiles, frutos secos y queso de cabra, cerré los ojos y me dormí, pero poco duró el descanso porque unos gritos me despertaron.

Salí al exterior con el revólver en la mano y observé, atónito, cómo varios montículos de arena parecían cobrar vida… Unos ojos brillantes como ascuas y unas garras terminadas en afiladas uñas iban tomando forma y avanzando hacia nosotros. Silbaban las balas, pero estas traspasaban sus arenosos cuerpos y una febril sonrisa se dibujaba en aquellos rostros de pesadilla… ¡Por los muertos, era cierto, los Habitantes de las Arenas existían!

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