El asedio a la decrépita localidad de Innsmouth duraba ya tres días. Desde nuestra llegada, acompañados de la policía local y reforzados por algún pelotón de la Guardia Nacional de Massachusetts, habíamos registrado varios de los cochambrosos edificios y casas del pueblo. La mayoría de detenidos eran híbridos o humanos que mantenían extraños tratos con ellos y, salvo por alguna reyerta puntual, de momento todo estaba saliendo como habíamos planeado.
Nuestro grupo de élite centraba sus esfuerzos ahora en los embarcaderos situados en el barrio marinero. La zona portuaria era, sin duda, la más corrompida y peligrosa de Innsmouth, lo que nos había obligado a echar mano de las armas, pero, extrañamente, los profundos aún no habían salido del agua para defender su plaza y eso que estábamos haciendo mucho ruido.
El grueso de nuestras fuerzas estaba atrincherado en el puerto, nos habíamos escondido entre barcas destartaladas, montones de cajas y otros aparejos de pesca. La noche era húmeda y una bruma blanquecina cubría el agua. Las indiscretas ventanas y las oscuras buhardillas parecían vigilarnos en un ominoso silencio, recordándonos que no éramos bienvenidos en el ancestral feudo de los Marsh.
Era cuestión de tiempo que los fanáticos seguidores de la Orden Esotérica de Dagon salieran a nuestro encuentro, pero, de momento, todo estaba en silencio, aquel maldito y tenso silencio que siempre precedía al estallido de violencia y al olor de la pólvora.
De repente, el mar empezó a burbujear, cada vez más, como si un submarino estuviera a punto de emerger: ya estaban aquí. Apoyé la culata del fusil en mi hombro, quité el seguro y apunté, sólo tenía que esperar a que lanzaran las bengalas rojas, esa era la señal para abrir fuego… pero "algo" no salió según lo previsto. A pesar de la humedad que empañaba la mirilla de mi fusil, pude verlo con terrorífica claridad: no era una oleada de profundos, como esperábamos, sino una enorme cabeza con tentáculos lo que comenzó a surgir del agua, mostrando un colosal cuerpo gomoso que estaba cubierto de resbaladizas y duras escamas. Entonces, su acuoso bramido hendió el ambiente.
¡Mierda, no teníamos munición ni cobertura suficiente para eso!
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