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viernes, 1 de marzo de 2013

LA OFRENDA - El Pasajero

“LA OFRENDA”




Oscureció. Las nubes escondieron a la luna. Una inmaculada capa de nieve cubría el calvero del bosque encantado donde se realizaría la ofrenda.

Con paso lento, inseguro, tambaleante, nervioso, recogido, Craster se alzó la capucha de su maltrecho abrigo. Todavía podía oír a los lejos los lamentos y sollozos de Mair. Pronto remitieron. El silencio empezó a ser ensordecedor. Sólo sus suaves pisadas y el leve susurrar del viento entre las ramas vacías de los árboles rompían la quietud del bosque. El candil con el que alumbraba su caminar daba algo de luz a la ya noche cerrada.

Se acercó al calvero. Se asomó. De repente, oyó el raspado de una cuchilla de cristal contra la corteza de un árbol. Se estremeció. Sintió frío. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando divisó, frente a él, dos motas de color azul entre los copos de nieve que empezaban a caer. Pronto, serían más.

Los Otros tenían en Craster a un aliado. Éste, más allá de conducir a los vigilantes del Muro hacía ellos, debía, a la vez, sacrificar a sus hijos varones y entregarlos, con vida, a los Caminantes Blancos para que estos pudieran alimentar a sus Wights. El problema es que hoy, el recién nacido no había sobrevivido.

Avanzó y depositó el cadáver del bebé en el centro del calvero. Antes de verse rodeado de Wights, giró sobre sí mismo y sin echar la vista atrás, volvió sobre sus pasos, esta vez más ligero. Al instante, sin haber llegado al límite del bosque, oyó, horrorizado, como el cuerpo sin vida que había dejado atrás era despedazado. Los espeluznantes alaridos de los Wights se le clavaron en el alma. Los miembros del cuerpo descuartizado fueron lanzados en diferentes direcciones con una fuerza descomunal, golpeando uno de ellos contra su espalda. Rompió a correr.


El Pasajero  


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